Inicio / Dharma / La compasión y la huerta

A veces me esfuerzo por sentir compasión por otra persona o por la humanidad en general. No siempe puedo conectar fácilmente con mi naturaleza compasiva y me siento atrapado en un flujo parloteante de irritación, juicios o ira y mi empatía no fluye con facilidad. Ahí está: lo he dicho en voz alta. No me importa si la mujer que se sienta a mi lado en el metro ha perdido su móvil: estoy leyendo. No me interesa la narración lamentable que hace mi vecino sobre los problemas con su socio: tengo que lavar la ropa. Deseo que mi amigo encontrara a otra persona para hablar de la muerte de su querido gato: tengo que cocinar para los envitados. Al escribir esto espero, de verdad, que todos sintamos esto alguna vez.

Por fortuna tengo un medio de afrontar semejante situación: regreso a la tierra, a las piedras y al suelo, las plantas y las criaturas. Llevo mi práctica a la huerta. Todos podemos hacerlo.

Vamos a empezar para definir sencillamente la compasión. “Com” significa juntos y “pasión” significa sentimiento fuerte así que compasión es sentir con fuerza la unión, o quizás la empatía. Se da por supuesto naturalmente que sólo podemos sentir compasión por otros seres humanos y animales, por los seres que respiran y con los que nos podemos relacionar fácilmente. Podemos soltar esa idea dualista y pensar en una compasión más eco-céntrica. ¿Por qué? Porque las piedras, la tierra y las plantas poseen la capacidad de ayudarnos a expandir y profundizar nuestra compasión en los momentos en que nos parece difícil relacionarnos con otros seres humanos.

En la huerta los brotes nos atraen constantemente como niños recién nacidos, que nos necesitan y entregan incondicionalmente. Les porporcionamos agua, luz, calor, sombra y alimento a intervalos regulares e, igual que con un niño recién nacido, nos levantamos temprano para atender a sus necesidades y por la noche sigue quedando uno de nosotros con ellos. No nos parece una incomodidad. Este cuidado es incondicional y surge fácil y naturalmente. Teneos compasión y damos amor.

A veces las plantas enfermas exigen más apoyo. El otro día una tormenta rompió las ramas de un ciruelo y por nos encontramos a las 7 de la mañana trepando por un tronco recio, quitando las ramas rotas y poniendo un emplasto sanador en un árbol herido durante el amanecer suave y cargado de rocío después de la tormenta. Sentimos al ciruelo y esta trabajo era una práctica: se disolvieron nuestros auto-engaños y nos volvimos sensibles ante el otro.

Nuestra huerta siempre está llena de hierbajos, porque en cualquier huerta de permacultura siempre están presentes para recordarnos las formas de la naturaleza. No juzgamos los hierbajos ni los maldecimos ni sentimos que estamos batallando con ellos. No abemos todo pero poseemos algo de sabiduría y por eso sabemos que los hierbajos están aquí para sanar el terreno.

Cada planta o hierbajo nos indica algo sobre la tierra que trabajamos. Los montones de ortigas fuertemente enraizadas nos dicen que tenemos exceso de nitrógeno en el suelo. Un grupo de botones de oro existe para contener la tierra suelta y contribuye a reconstruir el suelo. La aparición de cardos en los bancales nos indica que en lo profundo la tierra está compacta y las raíces profundas de nuestros amigos puntiagudos descompacta el suelo bajo la superficie.

Los hierbajos son nuestra sabiduría y una forma de leer el suelo y por eso sentimos compasión por ellos. Los hierbajos son nuestros amigos. Por supuesto tenemos que quitar los hierbajos para dejar sitio a las verduras y hierbas y flores pero no los desechamos. Los volvemos a colocar en los bancales para que sigan dando como mantilo.

También es posible sentir el suelo. Tenemos compasión por la tierra en la que trabajamos a diario y esta compasión está enlazada inextricablemente con nuestra sabiduría. Conocemos bien la finca y nuestras manos desnudas o los pies decalzos conocen sus necesidades. La percepción constante y sensual del suelo nos permite cultivar la conciencia de sus necesidades: demasiado húmeda, demasiado seca, demasiado suave, demasiado dura, aquí estamos, conscientes y cuidadosos. Observamos qué bancales están llenos de vida silvestre: nidos de cochinillas, caracoles poniendo huevos, familias de ratones de campo, sapos gordos ocultos en el mantillo empapado. Estas criaturas nos dicen tanto como los hierbajos sobre la finca.

Y así vemos que la sabiduría y la compasión no pueden existir una sin la otra. Como dijo Masao Abe: “No se considera que la compasión sin la sabiduría sea verdadera compasión, y la sabiduría sin compasión no es verdadera sabiduría».

Trabajar en una huerta nos proporciona sabiduría terrenal y empezamos a ver la naturaleza interdependiente de nuestra relación con el suelo, las plantas y los animales. La finca es nuestra fuente y sin saberlo podemos encontrarnos muy acomodaticios y compasivos: nuestro corazón es infinito y puede acoger todo.

A veces nos encontramos en un lugar en el que relacionarnos con humanos y todas sus complejidades nos hiere la cabeza y cerramos el corazón. Creo que está bien, creo que es normal, creo que es completamente aceptable sentir que la gente a veces nos molesta aunque enfrentarse a esto y simular empatía no sea tan bueno. A cambio se puede decir en voz alta: «¡hoy no puedo conectar con mi naturaleza compasiva!».

Y después hay que ir a una huerta y tocar la tierra, observ el mundo fenoménico en su magnificencia intrincada e interdependiente y quizás encontramos que la compasión llega fácilmente a la finca.

Escrito por: Cash Clay
Traducción: Luz